29 de mayo de 2009

Enseñemos toleracia

Queremos que nuestros hijos sean mejores que nosotros, les explicamos que todos somos iguales, que no debemos discriminar a nadie, que debemos ayudar a aquellos que lo necesitan… pero entonces vamos por la calle y sujetamos con fuerza el bolso cuando nos cruzamos a un marroquí, o vemos una pareja de hombres y nos los quedamos mirando con desprecio, o esperamos que se vaya nuestra suegra para decir “qué fea se ha puesto María con estos kilos de más”, o...

Y los niños llegan a las aulas y esquivan a los niños que son de fuera, utilizan la palabra maricón como insulto o ponen motes a los niños con sobrepeso, con gafas o con algún tipo de problemática. Y sí, “esto siempre ha ocurrido”… Pero ¿esto es excusa suficiente para seguir haciéndolo?

Y luego salen a las noticias casos de bullying, de abusos… “antes también pasaba pero no salía por la tele”, ahhh… entonces podemos estar tranquilos... ¿no?

Me vienen padres a la consulta preocupados por la conducta de sus hijos “y es que incluso se mete con un morito que el pobre es un poco retrasadito” y, claro, yo le voy a dar la pastilla mágica que va a curar a su hijo… Pues no es tan fácil.

Debemos educar a nuestros hijos, debemos inculcarles valores basados en el respeto y la colaboración, pero para ello primero nos los tenemos que creer. Porque sí, queda bien decir “yo no soy racista”, o “yo no discrimino”, “yo soy tolerante” pero ¿es cierto? Y por discriminación también entendemos “discriminación positiva” cuando favorecemos a los grupos con tendencia a ser excluidos con el propósito de evitar tal exclusión.

Así pues, siempre llegamos a la misma conclusión, para ayudar a nuestros hijos primero nos debemos ayudar a nosotros mismos, porque ellos son un reflejo de nosotros.

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