El lunes visité en mi consulta una niña de cuatro años con importantes problemas de conducta. Sus padres estaban desesperados entre tanta rabia, agresividad y pataletas constantes. Explicaban que era una lucha constante y diaria para poder controlarla, puesto que había devenido el amo de la casa. Padre y madre sucumbían ante sus gritos y golpes constantes para evitar que la situación fuera a peor.
La situación, según los padres, era desesperante, aunque el padre tenía una pequeña esperanza, cuando se la llevaba a montar a caballo su hija se transformaba, entonces se trataba de una niña dulce, tranquila, madura y podía mantener conversaciones sorprendentes.
Su relato me recordó un libro que he leído recientemente, El niño de los caballos de Rupert Isaacson, donde explica como su hijo diagnosticado de autismo cambiaba al montar a caballo.
Y es que es cierto, los animales tienen la facultad de ayudar a los niños a un nivel en que las personas no llegamos.
Años atrás acogimos a una niña de 12 años de edad, ella inicialmente tenía mucho miedo a nuestro perro (un golden retriever), pero tras descubrir la bondad del perro lo convirtió en su confesor, todo aquello que no gozaba contarnos no sé si por vergüenza o falta de confianza se lo contaba a él, cuando estaba triste se tumbaba a su lado y lo acariciaba o jugaba con él cambiando totalmente la expresión de su cara, cuando estaba de mal humor lo sacaba a pasear y con sus carreras quemaba adrenalina…
Y otro caso curioso con qué me encontré es al visitar una escuela rural tenían conejos libres por las aulas, ante mi sorpresa los maestros me comentaron que habían notado un cambio de actitud en los niños desde que estaban los animalillos por allí, claro que inicialmente se distraían, pero ahora ya se habían acostumbrado y los niños pequeños los utilizaban de “mediadores” en sus conflictos.
De hecho, en algunas empresas en Japón tienen perros y gatos en las oficinas porque afirman que los empleados están más relajados y aumenta la productividad.
La situación, según los padres, era desesperante, aunque el padre tenía una pequeña esperanza, cuando se la llevaba a montar a caballo su hija se transformaba, entonces se trataba de una niña dulce, tranquila, madura y podía mantener conversaciones sorprendentes.
Su relato me recordó un libro que he leído recientemente, El niño de los caballos de Rupert Isaacson, donde explica como su hijo diagnosticado de autismo cambiaba al montar a caballo.
Y es que es cierto, los animales tienen la facultad de ayudar a los niños a un nivel en que las personas no llegamos.
Años atrás acogimos a una niña de 12 años de edad, ella inicialmente tenía mucho miedo a nuestro perro (un golden retriever), pero tras descubrir la bondad del perro lo convirtió en su confesor, todo aquello que no gozaba contarnos no sé si por vergüenza o falta de confianza se lo contaba a él, cuando estaba triste se tumbaba a su lado y lo acariciaba o jugaba con él cambiando totalmente la expresión de su cara, cuando estaba de mal humor lo sacaba a pasear y con sus carreras quemaba adrenalina…
Y otro caso curioso con qué me encontré es al visitar una escuela rural tenían conejos libres por las aulas, ante mi sorpresa los maestros me comentaron que habían notado un cambio de actitud en los niños desde que estaban los animalillos por allí, claro que inicialmente se distraían, pero ahora ya se habían acostumbrado y los niños pequeños los utilizaban de “mediadores” en sus conflictos.
De hecho, en algunas empresas en Japón tienen perros y gatos en las oficinas porque afirman que los empleados están más relajados y aumenta la productividad.