Los niños no nacen sabiendo, al contrario nacen con unos instintos básicos que les permiten sobrevivir al tiempo que sus cuidadores les enseñan a vivir.
De ese modo desde que nace, el niño no hace otra cosa que aprender: aprender a caminar, a comer, a hablar, a estudiar… y todos los contextos del desarrollo se centran el aprendizaje: en casa, en el parque, en el club… y, claro está, en el colegio.
Y la verdad es que el niño quiere aprender, siente curiosidad, está motivado para aprender cosas nuevas, porqué sino lo cuestiona todo… “Papa, ¿Por qué cerramos los ojos cuando estornudamos? “ o “¿Adán y Eva tenían ombligo?”.
¿Qué ocurre pues para que pierdan la motivación? ¿La razón no será el odiado bolígrafo rojo?Y la verdad es que el niño quiere aprender, siente curiosidad, está motivado para aprender cosas nuevas, porqué sino lo cuestiona todo… “Papa, ¿Por qué cerramos los ojos cuando estornudamos? “ o “¿Adán y Eva tenían ombligo?”.
¿Nos hemos parado a pensar cómo enseñamos a los niños? Pensadlo un instante… Pues sí, les enseñamos corrigiendo sus errores, nuestro discurso se basa en el “esto está mal, tendrías que haberlo hecho así o asá” y si creéis que no es así ¿Por qué marcamos en rojo todos aquellos errores que comete el niño? Podríamos marcar en rojo sus avances ¿no os parece? Y usar un color más discreto para las correcciones.
Luego nos sorprende que los niños no quieran estudiar, pero deberíamos imaginarnos en nuestros trabajos con alguien delante que se dedicara única y exclusivamente a remarcar todos los errores que vamos cometiendo, ¿en serio seguiríamos motivados para seguir trabajando? Cómo mínimo nos plantearíamos un cambio de empleo…